Hola, me llamo Antonio Guerrero Quesada, tengo 17 años y vivo en Sabiote. Soy monaguillo de la Parroquia de San Pedro Apóstol y seminarista en familia del Seminario Menor de Jaén.
Hace ya unos cuantos años que sentí mi vocación por ser sacerdote. Antes era totalmente ajeno a la Iglesia, y poco después de hacer la comunión me alejé de ella. Aunque fue así, yo en el instituto cursaba como optativa la asignatura de Religión, que, a pesar de la importancia que le daba al tema, era uno de los pocos que asistía a las clases.
A partir de primero de E.S.O. empezaban a plantearnos la Confirmación, que sinceramente por aquel entonces tenía intención de hacerla, pero por el mero hecho de que mis amigos/as también la iban a hacer…
Justo ahora comienza la historia de mi vocación, la verdadera chispa, o mejor dicho, el sacramento que encendió la llama en mi corazón. Mi confirmación.
Un sentimiento extraño sentí después de tan importante acontecimiento, me empecé un poco a interesar en la religión y, sin mucho comerme el coco, hablé con el párroco para meterme a monaguillo.
Todo iba perfecto como ayudante en la Eucaristía, pero todavía no había sentido la llamada de la vocación, aunque estaba en camino.
A los pocos meses de ser acólito, el cura de mi pueblo me propuso participar en las convivencias del Seminario de Jaén y yo acepté, aunque al principio no me entusiasmara la idea, pues me parecía una “cosa” un poco aburrida.
La convivencia tuvo lugar a principios de curso en Baeza, y nada más entrar al edifico empecé a sentirme un poco extraño, era la primera vez que veía a tantos jóvenes reunidos en un sitio para hablar sobre cosas relacionadas con Dios y la Iglesia.
Al principio me sentí un poco avergonzado, pero me integré rápido y me lo pasé genial cosa que no creía que iba a pasar...
Y ahora sentí la llamada. Llegó la hora de terminar la convivencia y estábamos preparándonos para el regreso a casa cuando sentí algo en mi interior que decía que ese era mi lugar, ser sacerdote era lo mio. La sensación que sentí en ese momento es difícil de explicar pero así fue, sentí la LLAMADA.
Y después de cuatro años, a punto de terminar Bachillerato, sigo con las ideas claras, y aunque muchos jóvenes de mi instituto lo vean un poco raro lo acaban aceptando, ya que en medida de lo posible intento convencerlos de que no es una idea tan descabellada, siendo un joven normal bastante bien integrado.
Yo lo he pasado mal sobre todo en cuestiones familiares, ya que hay gente que por más que lo intentes no apoya tu decisión por unas razones u otras. Pero desde mi alegre corazón os aconsejo que, si sentís la llamada de la vocación sacerdotal, no le deis la espalda, escuchadla y llevadla a cabo. Aunque haya bajones de fe, recordad que sólo son baches que hay que superar. MANTENTE FUERTE pase lo que pase y digan lo que te digan.
Hace ya unos cuantos años que sentí mi vocación por ser sacerdote. Antes era totalmente ajeno a la Iglesia, y poco después de hacer la comunión me alejé de ella. Aunque fue así, yo en el instituto cursaba como optativa la asignatura de Religión, que, a pesar de la importancia que le daba al tema, era uno de los pocos que asistía a las clases.
A partir de primero de E.S.O. empezaban a plantearnos la Confirmación, que sinceramente por aquel entonces tenía intención de hacerla, pero por el mero hecho de que mis amigos/as también la iban a hacer…
Justo ahora comienza la historia de mi vocación, la verdadera chispa, o mejor dicho, el sacramento que encendió la llama en mi corazón. Mi confirmación.
Un sentimiento extraño sentí después de tan importante acontecimiento, me empecé un poco a interesar en la religión y, sin mucho comerme el coco, hablé con el párroco para meterme a monaguillo.
Todo iba perfecto como ayudante en la Eucaristía, pero todavía no había sentido la llamada de la vocación, aunque estaba en camino.
A los pocos meses de ser acólito, el cura de mi pueblo me propuso participar en las convivencias del Seminario de Jaén y yo acepté, aunque al principio no me entusiasmara la idea, pues me parecía una “cosa” un poco aburrida.
La convivencia tuvo lugar a principios de curso en Baeza, y nada más entrar al edifico empecé a sentirme un poco extraño, era la primera vez que veía a tantos jóvenes reunidos en un sitio para hablar sobre cosas relacionadas con Dios y la Iglesia.
Al principio me sentí un poco avergonzado, pero me integré rápido y me lo pasé genial cosa que no creía que iba a pasar...
Y ahora sentí la llamada. Llegó la hora de terminar la convivencia y estábamos preparándonos para el regreso a casa cuando sentí algo en mi interior que decía que ese era mi lugar, ser sacerdote era lo mio. La sensación que sentí en ese momento es difícil de explicar pero así fue, sentí la LLAMADA.
Y después de cuatro años, a punto de terminar Bachillerato, sigo con las ideas claras, y aunque muchos jóvenes de mi instituto lo vean un poco raro lo acaban aceptando, ya que en medida de lo posible intento convencerlos de que no es una idea tan descabellada, siendo un joven normal bastante bien integrado.
Yo lo he pasado mal sobre todo en cuestiones familiares, ya que hay gente que por más que lo intentes no apoya tu decisión por unas razones u otras. Pero desde mi alegre corazón os aconsejo que, si sentís la llamada de la vocación sacerdotal, no le deis la espalda, escuchadla y llevadla a cabo. Aunque haya bajones de fe, recordad que sólo son baches que hay que superar. MANTENTE FUERTE pase lo que pase y digan lo que te digan.
Antonio Guerrero Quesada
(seminarista en familia)
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